Valéry. Tratar de vivir, ediciones del subsuelo, 2021. Traducción de Mateo Pierre Avit.
Llegué a Paul Valéry a través de la lectura de un artículo del filósofo brasilero Benedito Nunes llamado “Poesía y Filosofía en la obra de Fernando Pessoa”, publicado en la revista Colóquio Letras, de la Fundación Gulbenkian. Nunes apunta en ese texto que no se debe polarizar cuando se habla de filosofía y literatura en la obra del escritor portugués, ya que, deudor del esteticismo nietzscheano, ya participa del cruce de ambas esferas del saber. Hay, en el artículo de Nunes, una nota que cita a Jacques Derrida y a Paul Valéry y sus Cuadernos, y en las que se exhorta a considerar al texto filosófico como un género literario.
Fue precisamente esa referencia la que me llevó a descubrir el universo del escritor francés. El primer texto que leí fue “Introducción al método de Leonardo da Vinci” y “Leonardo y los filósofos”, en mi opinión, dos de sus mejores textos en prosa:

“¿Con qué ojos leemos a los filósofos y quién los consulta verdaderamente con la esperanza de hallar en ellos sino una fruición o un ejercicio del espíritu? Cuando nos ponemos a leerlos, ¿no es acaso con el sentimiento de que nos sometemos, por un momento, a las reglas de un bello juego? ¿Qué sería de esas obras maestras de una disciplina inverificable, sin esa convención que aceptamos por amor a un placer severo? Si se refuta a un Platón, a un Spinoza, ¿no quedará, entonces, nada de sus increíbles construcciones? No resta absolutamente nada, si no restan obras de arte”.
(Leonardo y los filósofos)
Así llegué también a Valéry. Tratar de vivir, de Benoît Peeters, una obra a medio camino entre el ensayo y la biografía intelectual, publicada en España en 2021 por Ediciones del Subsuelo y traducida por Mateo Pierre Avit Ferrero. Peeters realiza en este libro un encomio a la poética de Valéry, que considera injustamente olvidada, mediante un recorrido por los momentos decisivos en la formación del escritor, desde la infancia hasta su muerte en 1945, y en la que se destacan los encuentros, entre otros, con Pierre Louÿs, Paul Léautaud, André Gide, Stéphane Mallarmé, Edgar Degas, André Breton, Louis Aragon, Jeannie Gobillard, Catherine Pozzi, Renée Vautier, Émile Noulet y Jeanne Loviton. El libro ahonda en los biografemas del francés (entre epifanías, decepciones, penurias y logros) y erige un monumento a la vida y obra de un escritor:
“Y vi todo lo que había hecho.
Y supe cada vez mejor que no era aquel que había hecho lo que he hecho…, y que era aquel que no había hecho lo que no había hecho… Lo que no había hecho era pues perfectamente hermoso, perfectamente conforme a la imposibilidad de hacerlo” (p. 321).
En palabras de Peeters, Valéry en ese sueño, de una gran lucidez con respecto a su propia obra, se resigna y acepta su pasado y comprende que no es por acaso que no escribiese su gran libro, el que había podido nacer de los Cuadernos, “es para cumplir hasta el final su verdadero sueño, aquel que había contada a Mallarmé una tarde de 1896, ‘de un ser que tuvo los mayores dones, para no utilizarlos, habiéndose asegurado tenerlos” (p. 321).
Valéry dedicó su vida a la escritura. Cada mañana escribía en sus Cuadernos, un hábito que lo acompaño toda su vida. Escribió poesía, teatro, una infinidad de textos en prosa de todo tipo: ensayos, discursos, prólogos, etc. El capítulo final de Tratar de vivir, Leer a Valéry, lo dedica Peeters a analizar las ediciones y clasificaciones de la obra para elencar los motivos por los cuales debe leerse al escritor. Entre ellos destaco el arte de la prosa de Valéry, considerada por Gide como una de las más hermosas de las letras francesas, y la singularidad de su pensamiento, que a lo largo de sus Cuadernos se deja apreciar de forma constante a través de sus reflexiones sobre el lenguaje que lo acercan, entre otros, a planteamientos de Saussure y Wittgenstein.
“Era necesario todo ello y la repugnancia o el desdén o el disgusto o el remordimiento, y la mezcla y el rechazo de todo ello para que penetrase en la masa de existencia y de experiencias confundidas y fundidas esa semilla, maravilla, a fuerza de negaciones finalmente obra maestra, ¡insoportable y el triunfo de lo imposible puro…! (Valéry, apud Peeters, p. 321).